«The children ’83»
An International Symposium on Street Youth UNICEF, New York, 1983
Ponencia del R.P. Alejandro García-Durán De Lara,
Director y Fundador de Hogares Providencia, I.A.P.
Para asistir a esta conferencia sobre los niños callejeros, Chinchachoma tuvo que disfrazarse. Esto podría ser un elogio o tal vez una crítica. Me tuve que disfrazar porque si hubiera venido aquí vestido de la manera que normalmente lo hago hubiera habido una protesta. Similarmente se hubiera protestado si uno de mis niños tratara de entrar a este lugar.
El niño de la calle es quien es, y tal como es no es aceptado. El señor Peter Taçon lo expresó correctamente cuando mencionó que nuestra tarea es aceptar al niño como es. Este es un problema fundamental. Podría hablar acerca de muchos otros temas, pero principalmente deseo hablar sobre éste. El niño callejero existe, y existe en cierta forma; cuando la sociedad se acerca a un niño callejero con el fin de ayudarlo, el callejero rehusa esta ayuda. Rechaza la intención de ayuda porque ésta no está pensada para lo que él es, más bien, hacía lo que nosotros, como sociedad, somos. El callejero está clamando una justicia para su existencia concreta y por la gestación de su personalidad.
El día más glorioso de mi vida fue cuando los callejeros me iniciaron en su sociedad y me pusieron el maravilloso apodo de CHINCHACHOMA que significa cabeza pelona. Esto sucedió junto a una pequeña fogata a la intemperie durante la noche. Estábamos viviendo en la calle y uno de los muchachos dijo: tenemos que ponerle un apodo al Padre, no tiene ninguno. «No tenía nombre». Otro dijo que deberían llamarme pelón; pero el primer muchacho contestó: No, no es lo suficientemente bueno, muchísimos pelones. Este tiene que ser uno propio para él. Finalmente decidieron ponerme el de CHINCHACHOMA y este es el nombre que me gusta usar y lo uso porque me hace callejero. Me pone en una personal contradicción.
Pertenezco a dos mundos. Son dos mundos en oposición. La pregunta que les haría ahora a cada uno de los que aquí estamos es la siguiente: ¿En cuál de los dos mundos vive cada uno de ustedes? Nuestra respuesta es muy seria ya que estamos en uno o en otro. ¿Podríamos existir en ambos mundos? Este es el problema de los hogares en nuestro programa. Debemos tratar de ayudar al callejero sin negar sus valores, su identidad, su esencia para que pertenezca a nuestra desagradable sociedad civilizada. Esta es la situación en la cual nos encontramos.
Todos los seres humanos, al nacer, comenzamos un proceso de gestación y un recién nacido, en el seno de su madre, recibirá afecto el cual necesitará para desarrollarse saludablemente, o tal vez se sentirá frustrado por la falta de este afecto.
El niño callejero comienza la vida en un estado de angustia y la falta de afecto engendra en él un proceso de negatividad o morbidad de la frustración que arrastrará toda su vida. El callejero no siente angustia, él es angustia. Así es como comienza su vida, en un proceso permanente que cuestiona su identidad que siente la ausencia de dignidad.
Este es un niño que experimenta en su desarrollo psicológico la falta de amor, violencia y la obligación de ganar dinero para la siempre falta económica de su hogar. Por tal razón, este niño se define no por lo que es, sino por lo que obtiene, sin importar la forma en que lo haga. El cómo no importa cuando es urgente lo que obtenga para sobrevivir.
El primer derecho del ser humano es vivir. El derecho del callejero (dije derecho, mas no obligación) es vivir. Por lo tanto, cuando un callejero roba para comer, está en su derecho. Cuando un callejero se prostituye para poder vivir (y encontrar a alguien quien le dé afecto), él tiene el derecho. Cuando el callejero, en su angustia y pánico se torna violento y lo que llamaríamos antisocial, es porque está en su derecho. Él tiene el derecho de desarrollarse con los elementos que tiene disponibles. Este es el problema. En su psique todos estos seres humanos están clamando por justicia y se dan cuenta de la justicia que nuestra sociedad les ha negado.
La nuestra es una sociedad la cual se desarrolla para satisfacer los intereses individuales, con una tremenda necesidad de las cosas materiales, con un concepto totalmente inhumano del hombre, en la cual el hombre se desarrolla solamente para satisfacer sus propios intereses y deseos. Esta sociedad tiene un punto de controversia, una voz que clama por justicia; y ésta es la voz del niño callejero. Todos los que aquí asistimos, estamos muy conscientes de ello.
Por lo tanto, quisiera aclarar que la forma en que debemos acercarnos al callejero es arrodillándonos ante él y decirle: Perdónanos hijo, nosotros somos los culpables. Cualquier otra actitud, tal vez una actitud que no reconozca y concientice la complicidad de la sociedad en la creación de estos niños, cualesquier actitud que vea esta sociedad de alguna manera atacada por estos niños es una grave injusticia.
Estos niños son incapaces de actuar de otra manera que no sea la que han aprendido en su gestación psicológica.
En una ocasión prejunté a un niño, ¿quién es más importante, un niño o un vidrio de una ventana? El había roto un cristal; y cuando me preguntó si lo golpearía por esto inquirí. El creía que el vidrio era más importante que él.
Si en nuestros hogares un niño comete un acto violento, aceptamos esta violencia. Si él me dice una mentira acepto su explicación como verdadera. Después de algún tiempo de haber escuchado sus mentiras y aceptarlas como verdaderas el muchacho volteará a verme sorprendido y me preguntará: ¿estás creyendo todas mis mentiras? Yo le contestaré, ¿qué me importa esto a mí?, lo que me importa eres tú, esta es la verdad suprema. Este es el profundo proceso de aceptar al callejero como una víctima de la sociedad, es entonces cuando comienza el proceso de liberación del niño. El niño comienza a encontrar una nueva imagen, tiene a alguien que lo sostiene y le define. Por ejemplo, si uno de mis niños roba algo lo protegeré del victimario, repondré lo que se haya robado y no le exigiré el pago de lo robado, a quien no ha tenido nada desde el principio. Es entonces cuando el proceso de una nueva identificación comienza. El niño que está tratando de encontrar un lugar para él en la sociedad tiene una necesidad fundamental: expandirse, explotar, -escapar de un difícil y doloroso pasado y necesita de la aceptación de esta explosión.
Esto es lo que estamos tratando de establecer en nuestro programa: lo que llamamos «Centro de Expansión Psicológica», donde el niño puede explotar; expulsar el contenido de su pasado y encontrar un futuro más justo. ¿Cómo puede pensar un callejero si su mente consiste de un caos puro, o distorsiones cuando una idea se nubla por otra, cuando no puede haber una lógica? Este niño está sumergido en una existencia caótica, en la cual la angustia y la agonía son los elementos principales. El puede escapar de su angustia por medio de la droga, la sexualidad, a través de cualesquier medio posible, pero siempre regresará a la misma angustia y agonía.
Ahora que les veo a todos ustedes aquí reunidos, estoy pensando que me gustaría traer a su conciencia el clamor de niño, el niño de la calle, del niño cuyo nombre no es ningún nombre, a excepción de algún apodo, y ustedes escucharán la voz que está clamando por justicia social.
Mi sueño es, que cada uno de nosotros quienes trabajamos con nuestros métodos e ilusiones individualmente, nos unamos en una asociación con ideas similares, siendo el niño nuestra preocupación fundamental, con una orientación completamente apolítica, con un espíritu profundamente humano. Nuestro propósito deberá ser el que seamos portavoces de este mensaje: Debemos ser humanos, debemos rescatar estos niños, y entonces, comunicaremos la profunda verdad de su existencia. Estos niños están clamando justicia a través del mundo, y nosotros somos los lazos entre estos niños y la sociedad. No debemos negar su identidad; más bien, debemos darles la oportunidad de asumir un real contexto de sus historias. Podríamos formar una organización internacional que pudiera ser tan poderosa como nosotros quisiéramos, con una voz que clame a los gobiernos, una voz que hable de estos niños, una fuerza dirigida y fortalecida por el espíritu que nos une. Este es un sueño, un deseo, una encomienda.
Así mismo, está mi ardiente deseo de permanecer leal a mis niños. Hace algún tiempo Peter Taçon me invitó a visitar uno de sus programas en Brasil, entonces rechacé su invitación. Le di la siguiente razón: No puedo dejar mis niños ahora. Mi misión no es sólo para la niñez, es para éste, para aquél y para los demás. Esta es una misión personal e inmutable, esta es la base para nuestro trabajo.
Estoy aquí porque la estabilidad de nuestro programa me permite alejarme. Si no fuese así no estaría aquí. Mis niños necesitan ser capaces de identificarse con alguien más. Esto es personal. En mayor escala necesitamos una misión social, una misión mundial.
La mentalidad de la sociedad tiene que cambiar y nos toca a nosotros inspirar este cambio, ya que cada uno de nosotros tiene una riqueza, y la riqueza que poseemos es lo que estos niños nos dan.
Cuando vivía en la calle encontré algo sumamente sorprendente, algo que nunca había visto. En teología le llamaríamos el hombre natural, con una belleza, una riqueza y un contenido humano que retaría de muchas maneras el contenido humano de nuestra sociedad. El callejero posee un valor maravilloso. Este es él mismo, confrontando el mundo, libre o tal vez creyéndose libre de los valores de nuestra sociedad. Pero también, él puede morir, se puede escapar, él puede confrontarnos, él puede correr, él es humano.
En muchas de nuestras instituciones el elemento humano en nuestros niños se ha removido y se han hecho intentos para convertirlos en UNA BESTIA ÚTIL para la sociedad.
No estoy de acuerdo con este aproximamiento. Escojo mejor permanecer leal a estos niños. Espero que todos permanezcamos fieles a estos niños; que juntos elevemos la bandera de estos niños y que todos juntos, unidos, trabajemos en su nombre, así mismo espero que cada uno de ustedes reciba su propio apodo.
Muchas gracias,
CHINCHACHOMA